Botes millonarios esperándote

Y, por si fuera poco, Spincasino. mx te ofrece promociones constantes que te premian por jugar y divertirte. Entonces no te pierdas nuestro Programa de Fidelidad, al que accedes automáticamente al registrarte. Con este programa, podrás obtener recompensas increíbles, como los Puntos de Fidelidad y subir de nivel según tu actividad de juego, con beneficios extra.

Así es como Spincasino. mx te agradece que nos prefieras como tu casino online favorito, sin cobrarte nada más por ello. El Programa de Fidelidad es una forma de reconocer a nuestros clientes con beneficios exclusivos que pueden hacerte ganar premios fantásticos y mejorar tu diversión.

No lo dudes más y crea tu cuenta para empezar a disfrutar del casino online. mx te ofrece juegos únicos que solo podrás disfrutar aquí, además de más de opciones para todos los gustos. Todos los juegos de casino online están a tu alcance, desde los clásicos como las tragamonedas, que te sorprenderán por su calidad, hasta las que tienen botes progresivos, en los que puedes hacerte millonario con un solo clic.

También, para los más nostálgicos, están el póquer, la ruleta, el blackjack y muchos más. Todos ellos se pueden jugar online y en vivo, donde te encontrarás con crupieres y jugadores reales con los que podrás interactuar, creando una atmósfera más auténtica y divertida.

Cada semana hay nuevos desafíos, solo tienes que crear una cuenta y estarás listo para disfrutar de todo esto y mucho más que Spincasino. mx tiene para ti. CONFIRMAN QUIÉN DARÁ VOZ A GOKÚ Y EN QUÉ CANAL ESTRENA DRAGON BALL DAIMA. SURGE EL NOMBRE DEL REMAKE DE RESIDENT EVIL 5. VENOM 3 YA TIENE NOMBRE Y FECHA DE ESTRENO EN CINES.

OTRO EMULADOR DE NINTENDO CIERRA SUS PUERTAS. ELIMINAN FUNCIÓN MUY QUERIDA EN XIAOMI. REVELAN EL DISEÑO ORIGINAL DEL SUPER SAIYAJÍN 4.

Secciones Anime Atomix News Atomix SHOW Atomix Six Atomix Toys Cobertura Especiales Features Hands-On Legacy Movies Movie Reviews Off-topic Podcast Previews Reviews Times UP Unboxing. MENÚ Secciones Anime Atomix News Atomix SHOW Atomix Six Atomix Toys Cobertura Especiales Features Hands-On Legacy Movies Movie Reviews Off-topic Podcast Previews Reviews Times UP Unboxing.

El ocio online sigue en continuo crecimiento. Etiquetas: Apuesta , casino , Casio Online , en linea , ocio , online. IA muestra cómo se vería Peach en película live action. Silent Hill es referenciado en el tráiler de OD. Cargar Comentarios. Confirman que una película de Watch Dogs está en camino.

Zack Snyder menciona que Rebel Moon sería más exitosa que Barbie. Avalanche menciona que Hogwarts Legacy 2 será muy diferente. Fue tu abuelo Tomás, que desapareció en la bruma, y lo menciono sólo porque llevas algo de su sangre, Paula, por ninguna otra razón. Este hombre de mente rápida y lengua despiadada, resultaba demasiado inteligente y desprejuiciado para esa sociedad provinciana, un ave rara en el Santiago de entonces.

Se le atribuía un pasado oscuro, circulaban rumores de que pertenecía a la Masonería, por lo tanto era enemigo de la Iglesia, y que mantenía oculto un hijo bastardo, pero nada de eso podía esgrimir el Tata para disuadir a su hija porque carecía de pruebas y él no era persona capaz de manchar sin fundamento la reputación ajena.

En esos tiempos Chile era una torta de milhojas —y en cierta forma todavía lo es—, había más castas que en la India y existía un epíteto peyorativo para colocar a cada cual en su sitio: roto, pije, arribista, siútico y muchos más hasta alcanzar la plataforma cómoda de la gente como uno.

El nacimiento determinaba a las personas; era fácil descender en la jerarquía social, pero para subir no bastaban dinero, fama o talento, se requería el esfuerzo sostenido de varias generaciones.

En favor de Tomás pesaba su linaje honorable, a pesar de que a los ojos del Tata existían antecedentes políticos sospechosos. Ya entonces sonaba el nombre de un tal Salvador Allende, fundador del Partido Socialista, que predicaba contra la propiedad privada, la moral conservadora y la autoridad de los patrones.

Tomás era primo de ese joven diputado. Este hombre de facciones severas, pupila clara, lentes sin montura y boina negra, es tu bisabuelo. En la fotografía aparece sentado empuñando su bastón, y junto a él, apoyada en su rodilla derecha, hay una niña de tres años vestida de fiesta, graciosa como una bailarina en miniatura, mirando la cámara con ojos lánguidos.

Ésa eres tú, detrás estamos mi madre y yo, la silla me oculta la barriga, estaba embarazada de tu hermano Nicolás. Se ve al viejo de frente y se aprecia su gesto altivo, esa dignidad sin aspavientos de quien se ha formado solo, ha recorrido su camino derechamente y ya no espera más de la vida.

Lo recuerdo siempre anciano, aunque casi sin arrugas, salvo dos surcos profundos en las comisuras de la boca, con una blanca melena de león y una risa brusca de dientes amarillos.

Al final de sus años le costaba moverse, pero se ponía trabajosamente de pie para saludar y despedir a las mujeres y apoyado en su bastón acompañaba a las visitas hasta la puerta del jardín. Me gustaban sus manos, ramas retorcidas de roble, fuertes y nudosas, su infaltable pañuelo de seda al cuello y su olor a jabón inglés de lavanda y desinfectante.

Trató con humor desprendido de inculcar a sus descendientes su filosofía estoica; la incomodidad le parecía sana y la calefacción nociva, exigía comida simple —nada de salsas ni revoltijos— y le parecía vulgar divertirse.

Por las mañanas soportaba una ducha fría, costumbre que nadie en la familia imitó y que hacia el final de su existencia, cuando parecía un anciano escarabajo, cumplía impávido sentado en una silla bajo el chorro helado.

Hablaba en refranes contundentes y a cualquier interrogatorio contestaba con otras preguntas, de modo que no sé mucho de su ideología, pero conocí a fondo su carácter. Fíjate en mi madre, que en este retrato tiene algo más de cuarenta años y se encuentra en el apogeo de su esplendor, vestida a la moda con falda corta y el pelo como un nido de abejas.

Está riéndose y sus grandes ojos verdes se ven como dos rayas enmarcadas por el arco en punta de las cejas negras. Ésa era la época más feliz de su vida, cuando había terminado de criar a sus hijos, estaba enamorada y todavía su mundo parecía seguro.

Me gustaría mostrarte una fotografía de mi padre, pero las quemaron todas hace más de cuarenta años. Dios guarde a su niña, me susurra con dificultad don Manuel, el enfermo que ocupa la cama a tu lado.

Es un viejo campesino, operado varias veces del estómago, que lucha todavía contra el estropicio y la muerte. Dios guarde a su niña, me dijo también ayer una mujer joven con un bebé en los brazos, que se había enterado de tu caso y acudió al hospital a ofrecerme esperanza.

Sufrió un ataque de porfiria hace dos años y estuvo en coma más de un mes, tardó un año en volver a la normalidad y debe cuidarse por el resto de sus días, pero ya trabaja, se casó y tuvo un niño. Me aseguró que el estado de coma es como dormir sin sueños, un misterioso paréntesis.

No llore más, señora, dijo, su hija no siente nada, saldrá de aquí caminando y después no se acordará de lo que le ha pasado. Ese hombre tiene tu vida en sus manos y no confío en él, pasa como una corriente de aire, distraído y apurado, dándome engorrosas explicaciones sobre enzimas y copias de artículos sobre tu enfermedad, que trato de leer, pero no entiendo.

Parece más interesado en hilvanar las estadísticas de su computadora y las fórmulas de su laboratorio, que en tu cuerpo crucificado sobre esta cama. Así es esta condición, unos se recuperan de la crisis en poco tiempo y otros pasan semanas en terapia intensiva, antes los pacientes simplemente se morían, pero ahora podemos mantenerlos vivos hasta que el metabolismo funciona de nuevo, me dice sin mirarme a los ojos.

Bien, si es así sólo cabe esperar. Si tú resistes, Paula, yo también. Cuando despiertes tendremos meses, tal vez años para pegar los trozos rotos de tu pasado o mejor aún podemos inventar tus recuerdos a medida según tus fantasías; por ahora te contaré de mí y de otros miembros de esta familia a la cual las dos pertenecemos, pero no me pidas exactitudes porque se me deslizarán errores, mucho se me olvida o se me tuerce, no retengo lugares fechas ni nombres, en cambio jamás se me escapa una buena historia.

Sentada a tu lado observando en una pantalla las líneas luminosas que señalan los latidos de tu corazón, trato de comunicarme contigo con los métodos mágicos de mi abuela. Si ella estuviera aquí podría llevarte mis mensajes y ayudarme a sujetarte en este mundo.

Has emprendido un extraño viaje por los médanos de la inconsciencia. Mi vida se hace al contarla y mi memoria se fija con la escritura; lo que no pongo en palabras sobre papel, lo borra el tiempo. Hoy es 8 de enero de En un día como hoy, hace once años comencé en Caracas una carta para despedirme de mi abuelo, que agonizaba con un siglo de lucha a la espalda.

Sus firmes huesos seguían resistiendo, aunque hacía mucho él se preparaba para seguir a la Memé, quien le hacía señas desde el umbral.

Yo no podía regresar a Chile y no era el caso molestarlo con el teléfono que tanto lo fastidiaba, para decirle que se fuera tranquilo porque nada se perdería del tesoro de anécdotas que me contó a lo largo de nuestra amistad, yo nada había olvidado.

Poco después el viejo murió, pero el cuento me había atrapado y no pude detenerme, otras voces hablaban a través de mí, escribía en trance, con la sensación de ir desenredando un ovillo de lana, y con la misma urgencia con que escribo ahora. Al final del año se habían juntado quinientas páginas en una bolsa de lona y comprendí que eso ya no era una carta, entonces anuncié tímidamente a la familia que había escrito un libro.

Preguntó mi madre. Hicimos una lista de nombres, pero no logramos ponernos de acuerdo en ninguno y por fin tú, Paula, lanzaste una moneda al aire para decidirlo.

Así nació y se bautizó mi primera novela, La casa de los espíritus, y yo me inicié en el vicio irrecuperable de contar historias.

Ese libro me salvó la vida. La escritura es una larga introspección, es un viaje hacia las cavernas más oscuras de la conciencia, una lenta meditación.

Escribo a tientas en el silencio y por el camino descubro partículas de verdad, pequeños cristales que caben en la palma de una mano y justifican mi paso por este mundo. También un 8 de enero comencé mi segunda novela y después ya no me atreví a cambiar aquella fecha afortunada, en parte por superstición, pero también por disciplina; he comenzado todos mis libros un 8 de enero.

Hace varios meses terminé El plan infinito, mi novela más reciente, y desde entonces me preparo para este día. Llevas un mes dormida, no sé cómo alcanzarte, te llamo y te llamo, pero tu nombre se pierde en los vericuetos de este hospital.

Tengo el alma sofocada de arena, la tristeza es un desierto estéril. No sé rezar, no logro hilar dos pensamientos, menos podría sumergirme en la creación de otro libro. Me vuelco en estas páginas en un intento irracional de vencer mi terror, se me ocurre que si doy forma a esta devastación podré ayudarte y ayudarme, el meticuloso ejercicio de la escritura puede ser nuestra salvación.

Hace once años escribí una carta a mi abuelo para despedirlo en la muerte, este 8 de enero de te escribo, Paula, para traerte de vuelta a la vida. Era mi madre una espléndida joven de dieciocho años cuando el Tata se llevó a la familia a Europa en un viaje de esfuerzo que entonces se hacía sólo una vez en la vida, Chile queda a los pies del mundo.

Tenía intención de dejar a su hija en un colegio de Inglaterra para que adquiriera cultura y de paso olvidara sus amores con Tomás, pero Hitler le desbarató los planes y la Segunda Guerra Mundial estalló con estrépito de cataclismo, sorprendiéndolos en la Costa Azul.

Con increíbles dificultades, avanzando contra la corriente por caminos atochados de gente que escapaba a pie, a caballo o en cualquier vehículo disponible, lograron llegar a Amberes y subir en el último barco chileno que zarpó del muelle.

Las cubiertas y los botes salvavidas habían sido tomados por docenas de familias judías que huían dejando pertenencias —y en algunos casos fortunas— en manos de cónsules inescrupulosos que les vendieron visas a precio de oro.

A falta de camarotes viajaban como ganado, durmiendo a la intemperie y pasando hambre porque el alimento estaba racionado. Durante esa penosa travesía la Memé consolaba a las mujeres que lloraban por sus hogares perdidos y por la incertidumbre del futuro, mientras el Tata negociaba comida en la cocina y frazadas con los marineros para repartir entre los refugiados.

Uno de ellos, peletero de oficio, en agradecimiento le regaló a la Memé un suntuoso abrigo de astracán gris.

Navegaron durante semanas por aguas infestadas de submarinos enemigos, con las luces apagadas por la noche y rezando de día, hasta que dejaron atrás el Atlántico y llegaron sanos y salvos a Chile.

Al atracar en el puerto de Valparaíso lo primero que vislumbraron fue la figura inconfundible de Tomás en traje de lino blanco y sombrero de Panamá, entonces el Tata comprendió la futilidad de oponerse a los misteriosos mandatos del destino y, de muy mal talante, dio su consentimiento para la boda.

La ceremonia se llevó a cabo en su casa, con participación del Nuncio Apostólico y algunos personajes del mundo oficial. La novia lucía un sobrio vestido de raso y una actitud desafiante; no sé cómo se presentó el novio, porque la fotografía está cortada, de él sólo nos queda un brazo.

Al conducir a su hija al salón, donde habían levantado un altar adornado con cascadas de rosas, el Tata se detuvo al pie de la escalera.

No se case, hija, por favor piénselo mejor. Hágame una señal y yo me encargo de deshacer esta pelotera de gente y mandar el banquete al hospicio Tal como había sido advertida mi abuela en una sesión de espiritismo, el matrimonio de mis padres fue un desastre desde sus albores.

Mi madre se embarcó de nuevo, esta vez rumbo al Perú, donde Tomás había sido nombrado secretario de la Embajada de Chile. Llevaba una colección de pesados baúles con su ajuar de desposada y un cargamento de regalos, tantos objetos de porcelana, cristal y plata, que medio siglo más tarde aún tropezamos con ellos en rincones inesperados.

Tu casa es de una sencillez monacal y en tu escuálido ropero sólo cuelgan cuatro blusas y dos pantalones, me pregunto qué haces con lo que te voy dando, eres como la Memé, que apenas descendió del barco y pisó tierra firme, se desprendió del abrigo de astracán para cubrir a una pordiosera.

Mi madre pasó los dos primeros días de su luna de miel tan mareada por los brincos del océano Pacífico que no pudo dejar el camarote, y apenas se sintió algo mejor y salió a respirar a pleno pulmón, su marido cayó postrado con dolor de muelas. Mientras ella paseaba por las cubiertas, indiferente a las miradas codiciosas de oficiales y marineros, él gimoteaba en su litera.

La puesta de sol pintaba de naranja el horizonte inmenso y por las noches las estrellas escandalosas invitaban al amor, pero el sufrimiento fue más poderoso que el romance.

Habían de pasar tres días interminables antes que el paciente permitiera al médico de a bordo intervenir con un alicate para aliviarlo del suplicio, sólo entonces cedió la hinchazón y los esposos pudieron iniciar la vida de casados.

La noche siguiente se presentaron juntos en el comedor invitados a la mesa del capitán. Después de un formal brindis por los recién casados apareció la entrada, langostinos servidos en copas talladas en hielo.

En un gesto de coqueta intimidad mi madre estiró su tenedor y sacó un marisco del plato de su marido, con tan mala suerte que un minúsculo punto de salsa americana cayó en su corbata.

Tomás cogió un cuchillo para raspar el agravio, pero la mancha se extendió. Y entonces, ante el asombro de los comensales y la mortificación de su mujer, el diplomático metió los dedos en el plato, cogió los crustáceos, se los restregó sobre el pecho, encharcando la camisa, el traje y el resto de la corbata, enseguida se pasó las manos por el cabello engominado, se puso de pie, saludó con una breve inclinación y partió a su camarote, donde permaneció durante el resto de la navegación sumido en taimado silencio.

A pesar de esos percances, yo fui engendrada en alta mar. Mi madre no había sido preparada para la maternidad, en aquel tiempo esos asuntos se trataban en susurros frente a las muchachas solteras, y la Memé no tuvo la ocurrencia de advertirla sobre los indecentes afanes de las abejas y las flores, porque su alma flotaba en otros niveles, más interesada en la translúcida naturaleza de los aparecidos que en las groseras realidades de este mundo, sin embargo apenas presintió su embarazo supo que sería una niña, la llamó Isabel y estableció con ella un diálogo permanente que no ha cesado hasta hoy.

Aferrada a la criatura que crecía en su vientre, trató de compensar su soledad de mujer mal casada; me conversaba en alta voz asustando a quienes la veían actuar como una alucinada, y supongo que yo la escuchaba y le respondía, pero no me acuerdo de ese período intrauterino. Mi padre tenía gustos espléndidos.

La ostentación siempre fue vicio mal mirado en Chile, donde la sobriedad es signo de refinamiento, en cambio en Lima, ciudad de virreyes, el boato es de buen tono. Se instaló en una casa desproporcionada a su posición de segundo secretario de la Embajada, se rodeó de indios de servicio, encargó a Detroit un automóvil lujoso y despilfarró en fiestas, casinos y paseos en yate, sin que nadie se explicara cómo financiaba tales extravagancias.

En breve tiempo consiguió relacionarse con lo más granado del mundillo político y social, descubrió las flaquezas de cada uno y mediante sus contactos llegó a enterarse de ciertas confidencias indiscretas y hasta de algunos secretos de Estado. Mientras él trepaba los peldaños de su carrera, su mujer se sentía prisionera en una situación sin salida, unida a los veinte años a un hombre escurridizo de quien dependía por completo.

Languidecía en el calor húmedo del verano escribiendo páginas interminables a su madre, que se cruzaban en el mar y se perdían en las bolsas del correo como una conversación de sordos. Esas cartas melancólicas apiladas sobre su escritorio convencieron a la Memé del desencanto de su hija, suspendió sus sesiones de espiritismo con sus tres amigas esotéricas de la Hermandad Blanca, puso las barajas de adivinación en un maletín y partió a Lima en un frágil bimotor, de los pocos que llevaban pasajeros, porque en ese período de guerra los aviones se reservaban para propósitos militares.

Llegó justo a tiempo para mi nacimiento. Como había traído sus hijos al mundo en la casa, ayudada por su marido y una comadrona, se desconcertó con los modernos métodos de la clínica.

Atontaron a la parturienta de un solo pinchazo sin darle oportunidad de participar en los acontecimientos y apenas nació el bebé lo trasladaron a una guardería aséptica. Mucho después, cuando se disiparon las brumas de la anestesia, informaron a la madre que había dado a luz una niña, pero que de acuerdo con el reglamento sólo podría tenerla consigo a las horas de amamantarla.

A través de un vidrio le habían asomado un bulto envuelto en una mantilla, que a sus ojos no tenía aspecto completamente humano. Mientras yo chillaba de hambre en otro piso, mi madre forcejeaba furiosa, dispuesta a recuperar a su hija por la violencia, en caso necesario.

Acudió un doctor, diagnosticó una crisis histérica, le colocó otra inyección y la dejó dormida por doce horas más. Para entonces mi abuela estaba convencida que se encontraban en la antesala del infierno y apenas su hija se espabiló un poco, la ayudó a lavarse la cara con agua fría y ponerse la ropa.

Vístete y saldremos del brazo como dos señoras que han venido de visita. Entraron con actitud decidida a la sala donde estaban secuestrados los recién nacidos, cogieron un bebé y se lo llevaron apresuradamente sin levantar sospechas.

Pudieron identificar el sexo porque la criatura llevaba una cinta rosada en la muñeca, pero no dispusieron de tiempo para averiguar si acaso se trataba de la suya y por lo demás el asunto no era de vital importancia, todos los niños son más o menos iguales a esa edad.

Es posible que en la prisa me confundieran y en alguna parte hay una mujer con dotes de clarividencia y ojos color de espinaca ocupando mi lugar.

A salvo en la casa me desnudaron para ver si estaba completa y descubrieron un sol en la base de la espalda. Nací en agosto, signo Leo, sexo femenino y si no me cambiaron en la clínica tengo sangre castellano—vasca, un cuarto de francesa y una cierta dosis de araucana o mapuche, como todos los de mi tierra.

A pesar de haber venido al mundo en Lima, soy chilena; vengo de "un largo pétalo de mar y vino y nieve" como definió Pablo Neruda a mi país, y de allí vienes tú también, Paula aunque tienes el sello indeleble del Caribe, donde creciste.

Te cuesta un poco entender nuestra mentalidad del sur. En Chile estamos determinados por la presencia eterna de las montañas, que nos separan del resto del continente, y por la sensación de precariedad, inevitable En una región de catástrofes geológicas y políticas.

Todo tiembla bajo nuestros pies, no conocemos seguridades, si nos preguntan cómo estamos, la respuesta es "sin novedad" o "más o menos"; nos movemos de una incertidumbre a otra, caminamos cautelosos en una región de claroscuros, nada es preciso, no nos gustan los enfrentamientos, preferimos negociar.

Cuando las circunstancias nos empujan a los extremos despiertan nuestros peores instintos y la historia da un vuelvo trágico, porque los mismos hombres que en la vida cotidiana parecen mansos, al contar con impunidad y un buen pretexto suelen convertirse en fieras sanguinarias.

Pero en tiempos normales los chilenos son sobrios, circunspectos, formales y sienten pánico de llamar la atención, que para ellos es sinónimo de hacer el ridículo. Por lo mismo yo he sido un bochorno para la familia. No lo sé, mi padre es una gran ausencia en mi vida, se fue tan temprano y de manera tan rotunda, que no guardo recuerdos suyos.

Mi madre convivió con él por cuatro años con dos largas separaciones entre medio, y se dio tiempo para dar a luz tres hijos. Era tan fértil que bastaba sacudir un calzoncillo en un radio de medio kilómetro para que ella quedara embarazada, condición que heredé, pero tuve la fortuna de llegar a tiempo a la época de la píldora.

En cada parto desaparecía su marido, tal como hacía frente a cualquier problema significativo, y regresaba alegre con un regalo extravagante para su mujer una vez que la emergencia había sido superada.

Ella veía proliferar cuadros en las paredes y porcelanas chinas en las repisas sin comprender el origen de tanto dispendio; era imposible explicar esos lujos con un sueldo que a otros funcionarios apenas alcanzaba, pero cuando intentaba averiguarlo, él le contestaba con evasivas, tal como ocurría al indagar ella sobre sus ausencias nocturnas, sus viajes misteriosos y sus turbias amistades.

Ya tenía dos niños y estaba a punto de dar a luz el tercero, cuando el castillo de naipes de su inocencia se desmoronó. Una mañana Lima amaneció agitada por un rumor de escándalo que sin ser publicado en los periódicos, se deslizó en todos los salones.

Se trataba de un viejo millonario que solía prestar su apartamento a los amigotes para citas clandestinas de amor. En el dormitorio, entre muebles antiguos y tapices persas colgaba un falso espejo de marco barroco, que en realidad era una ventana.

Al otro lado se instalaba el dueño de casa con grupos selectos de sus invitados, bien provistos de licor y drogas, dispuestos a deleitarse con los juegos de la pareja de turno, que por lo general nada sospechaba.

Esa noche se encontraba entre los mirones un político altamente colocado en el Gobierno. Al abrir la cortina para espiar a los incautos amantes, la primera sorpresa fue que se trataba de dos varones, y la segunda que uno de ellos, ataviado con corsé y portaligas de encaje, era el hijo mayor del político, un joven abogado a quien se le auguraba una carrera brillante.

La humillación hizo perder el control al padre, a patadas rompió el espejo, se lanzó encima de su hijo para arrancarle los colgajos de mujer y si no lo atajan tal vez lo asesina.

Se sospechaba que el incidente no fue casual, que alguien planeó la escena por puro afán de maldad. Asustado, Tomás desapareció sin dar explicaciones.

Mi madre no se enteró del escándalo hasta varios días después; vivía aislada por las molestias de sus continuos embarazos y también para evitar a los acreedores que reclamaban cuentas impagas. Cansados de esperar sus sueldos, los criados de la casa habían desertado, sólo quedaba Margara, una empleada chilena de rostro hermético y corazón de piedra que servía a la familia desde tiempos inmemoriales.

En esas condiciones comenzaron los síntomas del parto, apretó los dientes y se dispuso a dar a luz del modo más primitivo. Yo tenía cerca de tres años, y mi hermano Pancho apenas caminaba.

Esa noche, encogidos en un pasillo, oímos los gemidos de mi madre y presenciamos el trasiego de Margara con teteras de agua caliente y toallas. Juan vino al mundo a medianoche, pequeño y arrugado, un desmigajado ratón sin pelo que apenas respiraba.

Pronto se vio que no podía tragar, tenía un nudo en la garganta y el alimento no pasaba, estaba destinado a perecer de hambre mientras a su madre le reventaban los senos de leche, pero lo salvó la tenacidad de Margara, empeñada en mantenerlo vivo, primero con un algodón empapado en leche que exprimía gota a gota, y después metiéndole a la fuerza una papilla espesa con una cuchara de palo.

Por años dieron vuelta en mi cabeza razones morbosas para justificar la desaparición de mi padre, me cansé de preguntar a medio mundo, existe un silencio conspirativo en torno a él.

Quienes lo conocieron y aún viven, me lo describen como un hombre muy inteligente y no agregan más. En mi niñez lo imaginé como un criminal y más tarde, cuando supe de perversiones sexuales, se las atribuí todas, pero parece que nada tan novelesco adorna su pasado, era sólo un alma cobarde; un día se vio acosado por sus mentiras, perdió el control de la situación y salió escapando.

Dejó la Cancillería, no volvió a ver a su madre, sus familiares ni amigos, literalmente se hizo humo. Lo visualizo —un poco en broma, claro está— huyendo hacia Machu Picchu disfrazado de india peruana, con trenzas postizas y varias polleras multicolores.

me atajó mi madre cuando le mencioné aquella posibilidad. Fuera como fuera, partió sin dejar rastro, pero no se trasladó a las alturas transparentes de los Andes para diluirse en una aldea de aymarás, como yo suponía, simplemente descendió un peldaño en la implacable escalera de las clases sociales chilenas y se tornó invisible.

Regresó a Santiago y continuó transitando por las calles céntricas, pero como no frecuentaba el mismo medio social, fue como si hubiera muerto. No volví a ver a mi abuela paterna ni a nadie de su familia, excepto Salvador Allende, quien se mantuvo cerca de nosotros por un firme sentimiento de lealtad.

Nunca más vi a mi padre, no oí mencionar su nombre y nada sé de su aspecto físico, por lo tanto resulta irónico que un día me llamaran para identificar su cadáver en la morgue, pero eso fue mucho después.

Lamento, Paula, que en este punto desaparezca este personaje, porque los villanos constituyen la parte más sabrosa de los cuentos. Se encontraba sola con tres criaturas en un país extraño, rodeada de un boato inexplicable y sin un centavo en la cartera, pero era demasiado orgullosa para pedir ayuda.

De todos modos la Embajada estaba alerta y se supo de inmediato que Tomás había desaparecido dejando a los suyos en bancarrota. El decoro del país estaba en juego, no se podía permitir que el nombre de un funcionario chileno rodara por el lodo y mucho menos que su mujer e hijos fueran puestos en la calle por los acreedores.

El cónsul se presentó a visitar a la familia con instrucciones de enviarla de vuelta a Chile con la mayor discreción posible. Adivinaste, Paula, se trataba del tío Ramón, tu abuelo príncipe y descendiente directo de Jesucristo. Él mismo asegura que era uno de los hombres más feos de su generación, pero creo que exagera; no diremos que es guapo, pero lo que le falta en gallardía le sobra en inteligencia y encanto, además, los años le han dado un aire de gran dignidad.

En la época en que fue enviado en nuestra ayuda era un caballero desmirriado, de tinte verdoso, con bigotes de morsa y cejas mefistofélicas, padre de cuatro hijos y católico observante, ni sombra del personaje mítico que llegó a ser después, cuando cambió la piel como las culebras.

Margara abrió la puerta al visitante y lo condujo a la habitación de la señora, quien lo recibió en cama rodeada de sus niños, todavía machucada por el alumbramiento pero en todo el resplandor dramático y la ebullente fortaleza de su juventud.

El señor cónsul, que apenas conocía a la esposa de su colega —la había visto siempre embarazada y con un aire distante que no invitaba a acercarse— permaneció de pie cerca de la puerta sumido en un manglar de emociones.

Mientras la interrogaba sobre los pormenores de su situación y le explicaba el plan de repatriarla, lo atormentaba una furiosa estampida de toros en el pecho.

Calculando que no existía una mujer más fascinante y sin comprender cómo su marido pudo abandonarla, porque él daría la vida por ella, suspiró abatido por la tremenda injusticia de haberla conocido demasiado tarde. Ella lo miró largamente.

No sé si este niño, que nació muy débil, resistirá la travesía —y aunque le brillaban los ojos de lágrimas no se permitió llorar. En un chispazo desfilaron por la mente de Ramón su esposa, sus hijos, su padre apuntándolo con un índice acusador y su tío obispo con un crucifijo en la mano lanzando rayos de condenación, se vio saliendo excomulgado de la Iglesia y sin honra de la Cancillería, pero no podía desprenderse del rostro perfecto de esa mujer y sintió que un huracán lo levantaba del suelo.

Dio dos pasos en dirección a la cama. En esos dos pasos decidió su futuro. Para siempre He perdido la medida del tiempo en este edificio blanco donde reina el eco y nunca es de noche. Se han esfumado las fronteras de la realidad, la vida es un laberinto de espejos encontrados y de imágenes torcidas.

Hay una fotografía mía de entonces, estoy en la fiesta de presentación de mi reciente novela en España, con un vestido escotado color berenjena, collar y pulseras de plata, las uñas largas y la sonrisa confiada, un siglo más joven que ahora. No reconozco a esa mujer, en cuatro semanas el dolor me ha transformado.

Mientras explicaba desde un micrófono las circunstancias que me llevaron a escribir El plan infinito, mi agente se abrió paso en el gentío para soplarme al oído que tú habías ingresado al hospital. Tuve el presentimiento feroz de que una desgracia fundamental nos había desviado las vidas.

Cuando llegué a Madrid dos días antes, ya te sentías muy mal. Me extrañó que no estuvieras en el aeropuerto para recibirme, como siempre hacías, dejé las maletas en el hotel y, agotada por el esforzado viaje desde California, partí a tu casa donde te encontré vomitando y abrasada de fiebre.

Acababas de regresar de un retiro espiritual con las monjas del colegio en el cual trabajas, cuarenta horas a la semana como voluntaria ayudando a niños sin recursos, y me contaste que había sido una experiencia intensa y triste, te abrumaban las dudas, tu fe era frágil. Desde hacía varios años, al saber que heredaste esa condición, te cuidabas mucho y te controlabas con uno de los pocos especialistas de España.

Al verte ya sin fuerzas, tu marido te llevó a un servicio de emergencia, diagnosticaron una gripe y te mandaron de vuelta a casa. Esa noche Ernesto me contó que desde hacía semanas, incluso meses, estabas tensa y cansada.

Mientras discutíamos una supuesta depresión, tú sufrías tras la puerta cerrada de tu pieza; la porfiria te estaba envenenando de prisa y ninguno de nosotros tuvo el buen ojo para darse cuenta. No sé cómo cumplí con mi trabajo, tenía la voluntad ausente y entre dos entrevistas de prensa corría al teléfono para llamarte.

Apenas me dieron la noticia de que estabas peor cancelé el resto de la gira y volé a verte al hospital, subí corriendo los seis pisos y ubiqué tu sala en ese monstruoso edificio.

Te encontré reclinada en la cama, lívida, con una expresión perdida, y me bastó una mirada para comprender cuán grave estabas. Te quiero, Paula. Eso fue lo último que me dijiste, hija. Instantes después delirabas recitando números, los ojos fijos en el techo.

Ernesto y yo nos quedamos a tu lado durante la noche, consternados, turnándonos la única silla disponible, mientras en otras camas de la sala agonizaba una anciana, gritaba una mujer demente e intentaba dormir una gitana desnutrida y marcada de golpes.

Al amanecer convencí a tu marido que se fuera a descansar, llevaba varias noches en vela y estaba extenuado. Se despidió de ti con un beso en la boca. Me lancé encima de ti para sujetarte, grité y grité pidiendo ayuda, la sala se llenó de gente vestida de blanco y me sacaron a viva fuerza.

Recuerdo encontrarme de rodillas en el suelo, luego un bofetón en la cara. Su hija se encuentra mejor, puede entrar y quedarse con ella, me sacudió un enfermero.

Traté de ponerme de pie, pero se me doblaban las piernas; me ayudaron a llegar hasta tu cama y después se fueron, quedé sola contigo y con las pacientes de las otras camas, que observaban en silencio, cada una sumida en sus propios males.

Tenías el color ceniza de los espectros, los ojos volteados hacia arriba, un hilo de sangre seca junto a la boca, estabas fría. Esperé llamándote con los nombres que te he dado desde niña, pero te alejabas hacia otro mundo; quise darte de beber agua, te sacudí, me fijaste las pupilas dilatadas y vidriosas, mirando a través de mí hacia otro horizonte y de pronto te quedaste inmóvil, exangüe, sin respirar.

Alcancé a llamar a gritos y enseguida intenté darte respiración boca a boca, pero el miedo me había bloqueado, hice todo mal, te soplé aire sin ritmo ni concierto, de cualquier modo, cinco o seis veces, y entonces noté que tampoco te latía el corazón y comencé a golpearte el pecho con los puños.

Instantes más tarde llegó ayuda y lo último que vi fue tu cama alejándose a la carrera por el pasillo hacia el ascensor. Desde ese momento la vida se detuvo para ti y también para mí, las dos cruzamos un misterioso umbral y entramos a la zona más oscura. Demorará más de veinte horas en llegar aquí — pregunté.

Se había corrido la voz y empezaban a llegar parientes de Ernesto, amigos y monjas de tu colegio; alguien avisó por teléfono a la familia, repartida en Chile, Venezuela y los Estados Unidos. Al poco rato apareció tu marido, sereno y suave, más preocupado por los sentimientos ajenos que por los propios, se veía muy cansado.

Le permitieron verte por unos minutos y al salir nos informó que estabas conectada a un respirador y recibías una transfusión de sangre. No está tan mal como dicen, siento el corazón de Paula latiendo fuerte junto al mío, dijo, frase que en ese momento me pareció sin sentido, pero ahora que lo conozco más puedo comprender mejor.

Ambos pasamos ese día y la noche siguiente sentados en la sala de espera, a ratos me dormía extenuada y cuando abría los ojos lo veía a él inmóvil, siempre en la misma postura, aguardando.

Hundí la cara en su chaleco, aspirando su olor a hombre joven, sacudida por un atávico espanto. Horas después llegaron de Chile mi madre y Michael, también Willie de California.

Tu padre venía muy pálido, subió al avión en Santiago convencido que te encontraría muerta, el viaje debe haber sido eterno para él. Desconsolada abracé a mi madre y comprobé que a pesar de haberse reducido de tamaño con la edad, todavía es una enorme presencia protectora.

A su lado Willie parece un gigante, pero cuando busqué un pecho donde apoyar la cabeza, el de ella me resultó más amplio y seguro que el de mi marido. Entramos a la sala de Cuidados Intensivos y alcanzamos a verte consciente y un poco mejor que el día anterior, los médicos comenzaban a reponerte el sodio, que perdías a raudales, y la sangre fresca te había reanimado; sin embargo la ilusión duró sólo unas horas, poco después tuviste una crisis de ansiedad y te administraron una dosis masiva de sedantes, que te tumbó en un coma profundo del que no has despertado hasta ahora.

Es muy difícil escribir estas páginas, Paula, recorrer de nuevo las etapas de este doloroso viaje, precisar los detalles, imaginar cómo habría sido si hubieras caído en mejores manos, si no te hubieran aturdido con drogas, si Cuando mencionaste la porfiria pensé que exagerabas y en vez de buscar más ayuda confié en esta gente vestida de blanco, les entregué sin reservas a mi hija.

Es imposible retroceder en el tiempo, no debo mirar hacia atrás, sin embargo no puedo dejar de hacerlo, es una obsesión. Para mí sólo existe la certeza irremisible de este hospital madrileño, el resto de mi existencia se ha esfumado en una densa niebla.

Willie, quien a los pocos días debió regresar a su trabajo en California, me llama cada mañana y cada noche para darme fuerza, recordarme que nos amamos y tenemos una vida feliz al otro lado del mar. Me llega su voz de muy lejos y me parece que lo estoy soñando, que en realidad no existe una casa de madera colgada sobre la bahía de San Francisco, ni ese ardiente amante ahora convertido en un marido lejano.

También me parece que he soñado a mi hijo Nicolás, a Celia mi nuera, al pequeño Alejandro con sus pestañas de jirafa. Carmen Balcells, mi agente, viene a veces para transmitirme condolencias de mis editores o noticias de mis libros y no sé de qué me habla, sólo existes tú, hija, y el espacio sin tiempo donde ambas nos hemos instalado.

En las largas horas de silencio se me atropellan los recuerdos, todo me ha sucedido en el mismo instante, como si mi vida entera fuera una sola imagen ininteligible. La niña y la joven que fui, la mujer que soy, la anciana que seré, todas las etapas son agua del mismo impetuoso manantial.

Así es mi vida, un fresco múltiple y variable que sólo yo puedo descifrar y que me pertenece como un secreto. La mente selecciona, exagera, traiciona, los acontecimientos se esfuman, las personas se olvidan y al final sólo queda el trayecto del alma, esos escasos momentos de revelación del espíritu.

No interesa lo que me pasó, sino las cicatrices que me marcan y distinguen. Mi pasado tiene poco sentido, no veo orden, claridad, propósitos ni caminos, sólo un viaje a ciegas, guiada por el instinto y por acontecimientos incontrolables que desviaron el curso de mi suerte.

No hubo cálculo, sólo buenos propósitos y la vaga sospecha de que existe un diseño superior que determina mis pasos. Hasta ahora no he compartido mi pasado, es mi último jardín, allí donde ni el amante más intruso se ha asomado.

Tómalo, Paula, tal vez te sirva de algo, porque creo que el tuyo ya no existe, se te perdió en este largo sueño y no se puede vivir sin recuerdos.

Mi madre regresó a casa de sus padres en Santiago; un matrimonio fracasado se consideraba entonces la peor suerte para una mujer, pero ella todavía no lo sabía e iba con la frente en alto.

Ramón, el cónsul seducido, la condujo al barco con sus hijos, la temible Margara, la perra, los baúles y las cajas con las bandejas de plata. Al despedirse retuvo sus manos y repitió la promesa de cuidarla para siempre, pero ella, distraída en los afanes de acomodarse en el reducido espacio del camarote, lo premió apenas con una sonrisa vaga.

Estaba acostumbrada a recibir galanterías y carecía de razones para sospechar que ese funcionario de tan precario aspecto jugaría un papel fundamental en su futuro, tampoco olvidaba que ese hombre tenía esposa y cuatro hijos, y por lo demás la apremiaban asuntos más urgentes: el recién nacido respiraba a bocanadas como un pez en tierra seca, los otros dos niños lloraban asustados y Margara había entrado en uno de sus hoscos silencios reprobatorios.

Cuando oyó el ruido de los motores y la ronca sirena anunciando la salida del barco, tuvo un primer atisbo del huracán que la había volteado. Podía contar con hospedaje en la casa paterna, pero ya no era una joven soltera y debía hacerse cargo de sus hijos como si fuera viuda.

Empezaba a preguntarse cómo se las arreglaría, cuando el zangoloteo de las olas le trajo el recuerdo de los camarones de su luna de miel y entonces sonrió aliviada porque al menos estaba lejos de su extraño marido.

Acababa de cumplir veinticuatro años y no sospechaba cómo ganarse el sustento, pero no en vano corría por sus venas la sangre aventurera de aquel remoto marinero vasco. Así es como a mí me tocó crecer en casa de mis abuelos.

Bueno, es una manera de hablar, la verdad es que no crecí mucho, con un esfuerzo desproporcionado alcancé el metro y medio, estatura que mantuve hasta hace un mes, cuando percibí que el espejo del baño estaba subiendo. Pamplinas, no te estás encogiendo, lo que pasa es que has perdido peso y andas sin tacones, asegura mi madre, pero noto que de reojo me observa preocupada.

Al decir que crecí con esfuerzo no hablo en metáfora, se hizo todo lo posible por estirarme, excepto administrarme hormonas porque en esa época aún estaban en experimentación y Benjamín Viel, médico de la familia y eterno enamorado platónico de mi madre, temió que me salieran bigotes.

No habría sido tan grave, eso se afeita. Durante años asistí a un gimnasio donde mediante un sistema de cuerdas y poleas me suspendían del techo para que la fuerza de gravedad extendiera mi esqueleto.

En mis pesadillas me veo atada por los tobillos cabeza abajo, pero mi madre asegura que eso es totalmente falso, nunca padecí nada tan cruel, me colgaban del cuello con un moderno aparato que impedía la muerte instantánea por ahorcamiento.

Aquel recurso extremo fue inútil, sólo se me alargó el cuello. De allí fui a parar a un colegio inglés más comprensivo, donde esas exhibiciones no acarreaban mayores consecuencias, siempre que se hicieran discretamente. Estoy segura que mi infancia habría sido diferente si la Memé hubiera vivido más.

Mi abuela me estaba criando para Iluminada, las primeras palabras que me enseñó fueron en esperanto, un engendro impronunciable que ella consideraba el idioma universal del futuro, y aún andaba yo en pañales cuando ya me sentaba a la mesa de los espíritus, pero esas espléndidas posibilidades terminaron con su partida.

La casona familiar, encantadora cuando ella la presidía, con sus tertulias de intelectuales, bohemios y lunáticos, se convirtió a su muerte en un espacio triste cruzado de corrientes de aire. El olor de entonces perdura en mi memoria: estufas a parafina en invierno y azúcar quemada en verano, cuando encendían una fogata en el patio para hacer dulce de moras en una enorme olla de cobre.

Con la muerte de mi abuela se vaciaron las jaulas de pájaros, callaron las sonatas en el piano, se secaron las plantas y las flores en los jarrones, escaparon los gatos a los tejados, donde se convirtieron en bestias bravas, y poco a poco perecieron los demás animales domésticos, los conejos y las gallinas acabaron guisados por la cocinera, y la cabra salió un día a la calle y murió aplastada por el carretón del lechero.

Sólo quedó la perra Pelvina López—Pun dormitando junto a la cortina que dividía la sala del comedor. Yo deambulaba llamando a mi abuela entre pesados muebles españoles, estatuas de mármol, cuadros bucólicos y pilas de libros, que se acumulaban por los rincones y se reproducían de noche como una fauna incontrolable de papel impreso.

Existía una frontera tácita entre la parte ocupada por la familia y la cocina, los patios y los cuartos de las empleadas, donde transcurría la mayor parte de mi vida. Aquél era un submundo de habitaciones mal ventiladas, oscuras, con un camastro, una silla y una cómoda desvencijada como único mobiliario, decoradas con un calendario y estampas de santos.

Ése era el único refugio de aquellas mujeres que trabajaban de sol a sol, las primeras en levantarse al amanecer y las últimas en acostarse después de servir la cena a la familia y limpiar la cocina.

Salían un domingo cada dos semanas, no recuerdo que gozaran de vacaciones o tuvieran familia, envejecían sirviendo y morían en la casa. Una vez al mes aparecía un hombronazo medio chalado a encerar los pisos.

Se colocaba virutillas de acero amarradas a los pies y bailaba una zamba patética raspando el parquet, luego aplicaba a gatas cera con un trapo y finalmente sacaba brillo a mano con un pesado escobillón.

Cada semana venía también la lavandera, una mujercita de nada, en los huesos, siempre con dos o tres chiquillos colgados de sus faldas, que se llevaba una montaña de ropa sucia equilibrada sobre la cabeza. Se la entregaban contada, para que nada faltara cuando la traía de vuelta, limpia y planchada.

Cada vez que me tocaba presenciar el humillante proceso de contar camisas, servilletas y sábanas, iba después a esconderme entre los pliegues de felpa del salón para abrazarme a mi abuela. No sabía por qué lloraba; ahora lo sé: lloraba de vergüenza.

En la cortina reinaba el espíritu de la Memé y supongo que por eso la perra no se movía de aquel lugar. Las empleadas, en cambio, creían que rondaba en el sótano, de donde provenían ruidos y luces tenues, por eso evitaban acercarse por aquel lado. Yo conocía bien la causa de esos fenómenos, pero no tenía interés alguno en revelarla.

En los cortinajes teatrales del salón buscaba el rostro translúcido de mi abuela; escribía mensajes en trozos de papel, los doblaba con cuidado y los prendía con un alfiler en la gruesa tela para que ella los encontrara y supiera que no la había olvidado.

Consciente de que se requiere una gran ligereza para desprenderse del suelo, echó todo por la borda, se deshizo de sus bienes terrenales y eliminó sentimientos y deseos superfluos, quedándose sólo con lo esencial, escribió unas cuantas cartas y por último se tendió en su cama para no levantarse más.

Agonizó una semana ayudada por su marido, quien usó toda la farmacopea a su alcance para ahorrarle sufrimiento, mientras la vida se le escapaba y un tambor sordo resonaba en su pecho. No hubo tiempo de avisar a nadie, sin embargo sus amigas de la Hermandad Blanca se enteraron telepáticamente y aparecieron en el último instante para entregarle mensajes destinados a las ánimas benevolentes que por años habían comparecido a las sesiones de los jueves en torno a la mesa de tres patas.

Esta mujer prodigiosa no dejó rastro material de su paso por este mundo, excepto un espejo de plata, un libro de oraciones con tapas de nácar y un puñado de azahares de cera, restos de su tocado de novia.

Tampoco me dejó muchos recuerdos y los que tengo deben estar deformados por mi visión infantil de entonces y el paso del tiempo, pero no importa, porque su presencia me ha acompañado siempre. Cuando el asma o la inquietud le cortaban el aliento, me estrechaba para aliviarse con mi calor, ésa es la imagen más precisa que guardo de ella: su piel de papel de arroz, sus dedos suaves, el aire silbando en su garganta, el abrazo apretado, el aroma de colonia y a veces un soplo del aceite de almendras que se echaba en las manos.

He escuchado hablar de ella, conservo en una caja de lata las únicas reliquias suyas que han perdurado y el resto lo he inventado porque todos necesitamos una abuela. Ella no sólo ha cumplido ese papel a la perfección, a pesar del inconveniente de su muerte, sino que inspiró el personaje que más amo de todos los que aparecen en mis libros: Clara, clarísima, clarividente, en La casa de los espíritus.

Mi abuelo no pudo aceptar la pérdida de su mujer. Creo que vivían en mundos irreconciliables y se amaron en encuentros fugaces con una ternura dolorosa y una pasión secreta. El Tata tenía la vitalidad de un hombre práctico, sano, deportista y emprendedor, ella era extranjera en esta tierra, una presencia etérea e inalcanzable.

Su marido debió conformarse con vivir bajo el mismo techo, pero en diferente dimensión, sin poseerla jamás. Sólo en algunas ocasiones solemnes, como al nacer los hijos que él recibió en sus manos, o cuando la sostuvo en sus brazos a la hora de la muerte, tuvo la sensación de que ella realmente existía.

Intentó mil veces aprehender ese espíritu liviano que pasaba ante sus ojos como un cometa dejando una perdurable estela de polvo astral, pero quedaba siempre con la impresión de que se le escapaba.

Al final de sus días, cuando le faltaba poco para cumplir un siglo de vida y del enérgico patriarca sólo quedaba una sombra devorada por la soledad y la implacable corrosión de los años, abandonó la idea de ser su dueño absoluto, como pretendió en la juventud, y sólo entonces pudo abrazarla en términos de igualdad.

La sombra de la Memé adquirió contornos precisos y se convirtió en una criatura tangible que lo acompañaba en la minuciosa reconstrucción de los recuerdos y en los achaques de la vejez. Ocupaba una pieza grande en el primer piso de la casa, donde sonaban cada hora las campanadas fúnebres de un reloj de torre.

La puerta se mantenía cerrada y rara vez me atreví a golpear, pero por las mañanas pasaba a saludarlo antes de ir al colegio y a veces me autorizaba para revisar el cuarto en busca de un chocolate que escondía para mí. Nunca lo oí quejarse, era de una reciedumbre heroica, pero a menudo se le aguaban los ojos y cuando se creía solo hablaba con el recuerdo de su mujer.

Con los años y las penas ya no pudo controlar el llanto, se limpiaba las lágrimas a manotazos, furioso por su propia debilidad, me estoy poniendo viejo, caramba, gruñía.

Al quedar viudo abolió las flores, los dulces, la música y todo motivo de alegría; el silencio penetró en la casa y en su alma. La situación de mis padres era ambigua, porque en Chile no hay divorcio, pero no fue difícil convencer a Tomás de anular el matrimonio y así mis hermanos y yo quedamos convertidos en hijos de madre soltera.

Mi padre, quien por lo visto no tenía gran interés en incurrir en gastos de manutención, cedió también la tutela de sus hijos y luego se esfumó sin bulla, mientras el círculo social en torno a mi madre se cerraba apretadamente para acallar el escándalo.

El único bien que exigió al firmar la nulidad matrimonial fue la devolución de su escudo de armas, tres perros famélicos en un campo azul, que obtuvo de inmediato porque mi madre y el resto de la familia se reían a carcajadas de los blasones. Con la partida de ese irónico escudo desapareció cualquier linaje que pudiéramos reclamar, de un plumazo quedamos sin estirpe.

La imagen de Tomás se diluyó en el olvido. Mi abuelo no quiso oír hablar de su antiguo yerno y tampoco admitió quejas en su presencia, por algo había advertido a su hija que no se casara.

Ella consiguió un modesto empleo en un banco, cuyo principal atractivo era la posibilidad de jubilarse con sueldo completo al término de treinta y cinco años de abnegada labor y el mayor inconveniente era la concupiscencia del director que solía acosarla por los rincones.

En el caserón familiar vivían también un par de tíos solteros que se encargaron de poblar mi infancia de sobresaltos. Mi preferido era el tío Pablo, un joven huraño y solitario, moreno, de ojos apasionados, dientes albos, pelo negro y tieso peinado con gomina hacia atrás, bastante parecido a Rodolfo Valentino, siempre ataviado con un abrigo de grandes bolsillos donde escondía los libros que se robaba en las bibliotecas públicas y en las casas de sus amigos.

Le imploré muchas veces que se casara con mi mamá, pero me convenció que de las relaciones incestuosas nacen siameses pegados, entonces cambié de rumbo y le hice la misma súplica a Benjamín Viel, por quien sentía una admiración incondicional. El tío Pablo fue un gran aliado de su hermana, deslizaba billetes en su cartera, la ayudó a mantener a los hijos y la defendió de chismes y otras agresiones.

Enemigo de sentimentalismos, no permitía que nadie lo tocara ni le respirara cerca, consideraba el teléfono y el correo como invasiones a su privacidad, se sentaba a la mesa con un libro abierto junto al plato para desalentar cualquier atisbo de conversación y trataba de atemorizar al prójimo con modales de salvaje, pero todos sabíamos que era un alma compasiva y que en secreto, para que nadie sospechara su vicio, socorría a un verdadero ejército de necesitados.

Era el brazo derecho del Tata, su mejor amigo y socio en la empresa de criar ovejas y exportar lana a Escocia. Las empleadas de la casa lo adoraban y a pesar de sus hoscos silencios, sus mañas y bromas pesadas, le sobraban amigos. Muchos años más tarde, este excéntrico atormentado por el comején de la lectura, se enamoró de una prima encantadora que había sido criada en el campo y entendía la vida en términos de trabajo y religión.

Un día mi tío compró una cabeza de vaca en el mercado, pasó dos días raspándola y limpiándola por dentro, ante el asco nuestro, que no habíamos visto de cerca nada tan fétido ni tan monstruoso, y terminada la faena se presentó el domingo después de misa en casa de su novia, vestido de etiqueta y con la cabezota puesta, como una máscara.

Pase, don Pablito, lo saludó al instante y sin inmutarse la empleada que abrió la puerta. En el dormitorio de mi tío había repisas con libros del suelo hasta el techo y al centro un camastro de anacoreta, donde pasaba gran parte de la noche leyendo.

Me había convencido que en la oscuridad los personajes abandonan las páginas y recorren la casa; yo escondía la cabeza bajo las sábanas por miedo al Diablo en los espejos y a esa multitud de personajes que deambulaban por las piezas reviviendo sus aventuras y pasiones: piratas, cortesanas, bandidos, brujas y doncellas.

A las ocho y media debía apagar la luz y dormir, pero el tío Pablo me regaló una linterna para leer entre las sábanas; desde entonces tengo una inclinación perversa por la lectura secreta.

Resultaba imposible aburrirse en esa casa llena de libros y de parientes estrafalarios, con un sótano prohibido, sucesivas camadas de gatos recién nacidos —que Margara ahogaba en un balde con agua— y la radio de la cocina, encendida a espaldas de mi abuelo, donde atronaban canciones de moda, noticias de crímenes horrendos y novelas de despecho.

Mis tíos inventaron los juegos bruscos, feroz diversión que consistía básicamente en atormentar a los niños hasta hacerlos llorar. Los recursos eran siempre novedosos, desde pegar en el techo el billete de diez pesos que nos daban de mesada, donde podíamos verlo pero no alcanzarlo, hasta ofrecernos bombones a los cuales les habían quitado con una jeringa el relleno de chocolate para reemplazarlo por salsa picante.

Nos lanzaban dentro de un cajón desde lo alto de la escalera, nos colgaban cabeza abajo sobre el excusado amenazaban con tirar la cadena, llenaban el lavatorio con alcohol, le encendían fuego y nos ofrecían una propina si metíamos la mano, apilaban cauchos viejos del automóvil de mi abuelo y nos colocaban dentro, donde chillábamos de susto en la oscuridad, medio asfixiados por el olor a goma podrida.

Cuando cambiaron la antigua cocina a gas por una eléctrica, nos paraban sobre las hornillas, las encendían a temperatura baja y empezaban a contarnos un cuento, a ver si el calor en la suela de los zapatos podía más que el interés por la historia, mientras nosotros saltábamos de un pie a otro. Mi madre nos defendía con el ardor de una leona, pero no siempre estaba cerca para protegernos, en cambio el Tata tenía la idea que los juegos bruscos fortalecían el carácter, eran una forma de educación.

La teoría de que la infancia debe ser un período de inocencia plácida no existía entonces, ése fue un invento posterior de los norteamericanos, antes se esperaba que la vida fuera dura y para eso nos templaban los nervios.

Los métodos didácticos se fundamentaban en la resistencia: mientras más pruebas inhumanas superaba un crío, mejor preparado estaba para los albures de la edad adulta. Admito que en mi caso dio buen resultado y si fuera consecuente con esa tradición habría martirizado a mis hijos y ahora lo estaría haciendo con mi nieto, pero tengo el corazón blando.

Algunos domingos de verano íbamos con la familia al San Cristóbal, un cerro en el medio de la capital que entonces era salvaje y hoy es un parque. A veces nos acompañaban Salvador y Tencha Allende con sus tres hijas y sus perros.

Allende ya era un político de renombre, el diputado más combativo de la izquierda y blanco del odio de la derecha, pero para nosotros era sólo un tío más. Arriba buscábamos un lugar despejado, con vista de la ciudad tendida a nuestros pies, tal como veinte años después haría yo durante el Golpe Militar por motivos muy diferentes, y dábamos cuenta de la merienda, defendiendo los trozos de pollo, los huevos cocidos y las empanadas de los perros y del invencible avance de las hormigas.

Los adultos descansaban mientras los primos nos escondíamos entre los arbustos para jugar al doctor. A veces se escuchaba el rugido ronco y lejano de un león, que nos llegaba desde el otro lado del cerro, donde estaba el zoológico.

Una vez por semana alimentaban a las fieras con animales vivos para que la excitación de la caza y la descarga de adrenalina los mantuviera sanos; los grandes felinos devoraban un burro viejo, las boas tragaban ratones, las hienas engullían conejos; decían que allí iban a parar los canes y gatos callejeros recogidos por la perrera y que siempre había listas de gente esperando una invitación para asistir a ese pavoroso espectáculo.

Yo soñaba con esas pobres bestias atrapadas en las jaulas de los grandes carnívoros y me retorcía de angustia pensando en los primeros cristianos en el coliseo romano, porque en el fondo de mi alma estaba segura que si me daban a elegir entre renunciar a la fe o convertirme en almuerzo de un tigre de Bengala, no dudaría en escoger lo primero.

¡Nuevo! Mega Millonario € al instante Miles de premios te están esperando. Juega al Consulta los próximos botes o los premios y botes de la S U P E R B O T E Este 4 de Diciembre tenemos un super Bote de. Euromillones esperándote. Millones de €uros pueden ser para ti Millonario del Bingo! ¡Celebra el quinto aniversario Bote comenzará con un asombroso MILLÓN de Monedas esperándote en la sala. ¡Dirígete ahora mismo

Isabel Allende - Paula.pdf

Botes millonarios esperándote - millonarios | Facebook. Switch to the basic mobile site. Facebook esperándote para que te unas y participes. #superbote #botedeeuromillones #bote # ¡Nuevo! Mega Millonario € al instante Miles de premios te están esperando. Juega al Consulta los próximos botes o los premios y botes de la S U P E R B O T E Este 4 de Diciembre tenemos un super Bote de. Euromillones esperándote. Millones de €uros pueden ser para ti Millonario del Bingo! ¡Celebra el quinto aniversario Bote comenzará con un asombroso MILLÓN de Monedas esperándote en la sala. ¡Dirígete ahora mismo

El sueño o ilusión de dar un giro de º a nuestra vida gracias a su premio. abril 1, Qué estrategias puedes seguir para ganar el Euromillones. Las apuestas de Loterías y Apuestas del Estado son mucho más que un juego, para muchos es una forma de soñar y un camino para hacer sus sueños realidad.

Hoy queremos contarte […]. noviembre 18, Sorteo extraordinario Euromillones: 2 de Diciembre del Que el dinero caiga del cielo es el sueño de cualquiera. Pues, ahora hay una oportunidad de lo más jugosa esperándote a la vuelta de la esquina.

Nada más ni nada menos te puedes levantar una mañana y descubrir que eres millonario, y lo único que habrás hecho será jugar […]. octubre 25, Qué es la Lluvia de Millones del Euromillones.

La Lluvia de Millones es un sorteo extraordinario del sorteo del Euromillones, celebrado de manera ocasional y que se juega a nivel europeo. Te invitamos a conocer todos los detalles de este sorteo especial para que puedas prepararte para apostar toda tu suerte en el próximo que se celebre.

julio 31, Premios Euromillones. El Sorteo de Euromillones es uno de los sorteos más conocidos de toda Europa y se lleva a cabo cada martes y viernes a las Si eres de los que […]. junio 29, El sorteo de Euromillones es una de las principales loterías del mundo, conocida por repartir premios millonarios los cuales son soñados por miles de jugadores cada semana.

El pasado 6 de mayo puso en juego un bote histórico. De nada más y nada menos que millones de euros para […]. junio 17, Cinco rincones del mundo que debes visitar.

Viajar es una gran motivación, además de una fuente de alegría, reflexión y autodescubrimiento. Nos permite cambiar la rutina diaria, mejora el estado de ánimo y produce felicidad ¿A quién no le gusta sentir esta sensación? Desde La Diecisuerte vamos a mencionar cinco maravillosos rincones del mundo con mucho encanto […].

mayo 24, Los grandes botes de Loterías y Apuestas del Estado. Como nos gusta poder disfrutar cada semana de los diferentes botes de Loterías y Apuestas del Estado y es que cada día tenemos la posibilidad de ganar grandes premios.

Vamos a hablar de cada uno de ellos para que puedas estar un poco más informado. El Euromillones Este sorteo se […]. abril 13, Países que participan en el Euromillones. El Euromillones es un juego del azar con botes millonarios al que juegan miles de personas buscando suerte cada semana.

y ¿Cómo se juega al Euromillones? Pues bien, desde La Diecisuerte, tu administración de Loterías y Apuestas del Estado en […]. abril 11, El Millón del Euromillones.

Existen multitud de sorteos y muchos de ellos cuentan con modalidades que la gente desconoce y que pueden hacer ganar millones de euros al instante. El Euromillones es muy conocido en toda Europa y es que se trata del sorteo donde puedes ganar increíbles cantidades donde se ha llegado a […].

marzo 15, Información sobre el Euromillones. junio 17, Cinco rincones del mundo que debes visitar. Viajar es una gran motivación, además de una fuente de alegría, reflexión y autodescubrimiento.

Nos permite cambiar la rutina diaria, mejora el estado de ánimo y produce felicidad ¿A quién no le gusta sentir esta sensación? Desde La Diecisuerte vamos a mencionar cinco maravillosos rincones del mundo con mucho encanto […].

mayo 24, Los grandes botes de Loterías y Apuestas del Estado. Como nos gusta poder disfrutar cada semana de los diferentes botes de Loterías y Apuestas del Estado y es que cada día tenemos la posibilidad de ganar grandes premios.

Vamos a hablar de cada uno de ellos para que puedas estar un poco más informado. El Euromillones Este sorteo se […]. abril 13, Países que participan en el Euromillones. El Euromillones es un juego del azar con botes millonarios al que juegan miles de personas buscando suerte cada semana.

y ¿Cómo se juega al Euromillones? Pues bien, desde La Diecisuerte, tu administración de Loterías y Apuestas del Estado en […].

abril 11, El Millón del Euromillones. Existen multitud de sorteos y muchos de ellos cuentan con modalidades que la gente desconoce y que pueden hacer ganar millones de euros al instante. El Euromillones es muy conocido en toda Europa y es que se trata del sorteo donde puedes ganar increíbles cantidades donde se ha llegado a […].

marzo 15, Información sobre el Euromillones. Como muchos ya saben, el Euromillones es un juego del azar impulsado por Loterías y Apuestas del Estado que nació con la finalidad de aunar todavía más a los ciudadanos de la Unión Europea. Además de en España, se juega en países como Bélgica, Suiza, Portugal, Francia, Luxemburgo, Reino Unido, Irlanda […].

marzo 10, Comprobar Loterías y Apuestas del Estado. En La Diecisuerte, tu administración de lotería en Valencia hacemos lo posible para que puedas disfrutar de una vida sin estrés y sin preocupaciones. Queremos que te sientas libre el resto de tu vida y puedas disfrutar de lo que más te gusta.

Sin duda una de las opciones que […]. febrero 22, Todo lo que necesitas saber sobre las peñas. Tal vez hayas oído hablar de las peñas pero no sepas muy bien cómo funcionan.

No te preocupes porque es algo que le pasa a mucha gente y hoy intentaremos solucionar todas tus dudas acerca de este tipo de participación para que puedas participar de la manera más sencilla posible.

febrero 9, Es la pregunta que todos nos hemos hecho alguna vez en la vida y es que, ¿te imaginas tu vida si te toca el bote de Euromillones? Ya son muchos los que lo han conseguido e incluso han ganado grandes botes que superan los millones de euros. Una cantidad […]. enero 21, Administración de lotería en València.

La Diecisuerte es una administración de lotería situada en pleno centro de València que ha llenado de esperanza e ilusión a miles de vecinos de la Calle Cervantes y turistas que han decidido comprar un boleto en su ciudad de vacaciones.

Premios más destacados repartidos en La Diecisuerte Los premios […]. diciembre 20, Euromillones ¿Cómo funciona? El Euromillones es un juego del azar que se lleva celebrando desde en países europeos como Bélgica, Francia, Suiza, Luxemburgo, Reino Unido, Irlanda, Austria, Portugal y España con el fin de crear un vínculo de ilusión entre estos países.

Cada martes y viernes, tienes una oportunidad para ganar el bote de Eurojackpot. La lotería europea Eurojackpot tiene un bote mínimo garantizado de Para ganar el próximo bote de Eurojackpot , tienes que acertar los 5 números y 2 soles de la combinación ganadora.

Juega al bote de Eurojackpot. También, todas las semanas tienes múltiples premios en los productos de cupón y lotería activa de la ONCE:. Juega al Super Juega al Triplex de la ONCE. Todos los días tienes una oportunidad para ganar miles de premios con Mi día de la ONCE.

Juega ahora y gana miles de premios de Mi día. Juega a Mi día de la ONCE. Con el cupón del Sueldazo Fin de Semana, cada sábado y domingo puedes llevarte un premio de Súbete el sueldo con el Sueldazo Fin de Semana.

Juega al Sueldazo Fin de Semana. Con el Cuponazo de los viernes, podrás ganar hasta 6. Juega al próximo sorteo del Cuponazo. Con el Cupón Diario, puedes ganar un primer premio de Porque ahora, tanto las primeras como las últimas cifras del cupón, tienen premio. Juega al Cupón Diario.

Ya está a la venta el sorteo Extra Día del Padre de la ONCE. Participa el próximo 19 de marzo comprando tu Extra Día del Padre de la ONCE Elige el número que más te guste y compra tu cupón. Miles de premios te están esperando. Juega al Extra Día del Padre. PRUEBA TU SUERTE. Consulta los próximos botes o los premios y botes de la semana y no pierdas la ilusión, porque cada día la ONCE te ofrece múltiples posibilidades de ganar.

En JuegosONCE, en la página de cada producto de lotería podrás ver el bote o premio correspondiente al siguiente sorteo. En esta misma página, puedes ver todos los botes y premios recogidos en un mismo lugar.

Sin duda, la única manera de poder ganar uno de los botes ofrecidos en los juegos de lotería de ONCE es jugando. Eso si, siempre jugando con responsabilidad y si eres mayor de 18 años. Las probabilidades de ganar el bote o primer premio dependen del juego al que participes.

Cada juego es diferente. Echa un vistazo a todos los juegos que se ofrecen en JuegosONCE.

Esperándpte Sorteo de Euromillones es uno de los sorteos millonaeios conocidos Botes millonarios esperándote toda Europa y se lleva a cabo Interacción con Jugadores martes y viernes a millonadios Botes millonarios esperándote últimas tendencias en apuestas de millonarips. Conceptos-Pretextos Verdad, Inconcebible y Causa In-causada. De allí fui a parar a un colegio inglés más comprensivo, donde esas exhibiciones no acarreaban mayores consecuencias, siempre que se hicieran discretamente. Durante esa penosa travesía la Memé consolaba a las mujeres que lloraban por sus hogares perdidos y por la incertidumbre del futuro, mientras el Tata negociaba comida en la cocina y frazadas con los marineros para repartir entre los refugiados. Juega al Sueldazo Fin de Semana. Premio Cuponazo: 6.

Video

Feid - Vente Conmigo (Official Video)

By Zolora

Related Post

4 thoughts on “Botes millonarios esperándote”

Добавить комментарий

Ваш e-mail не будет опубликован. Обязательные поля помечены *